- ¿Sabe?, a menudo me pregunto cómo salpicar al mar.
- Es sencillo. Tiene usted que hablar con él, explicarle que es demasiado grande para ser feliz y que en los castillos de arena viven minúsculos reyes y princesas invisibles.
- Y… ¿después le salpico?
- Sí.
- Pero, nada tiene que ver su eternidad o los castillos de arena con que yo le quiera salpicar.
- No, pero son verdades que el mar escucha una vez cada mil años y le complacen.
- No creo que le halague con la infelicidad.
- El mar es un hombre que nunca ha parado de llorar y se esconde en sus propias lágrimas en el fondo del océano.
- Entonces, nunca podré salpicarle.
- Hable, hable usted con él.
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