Rompió
un cachito de lo que era para poder ser una marcha de 20 kilómetros por hora en
mitad de la oscuridad. Tuvo mil maestros, pero ninguno que le hiciera vaciar la
cantimplora cuando era la hora de beber. Ninguno le hizo recorrer caminos que
no llevaban a ninguna parte, ni tirarse desde el final del cielo. Sin miedo. Se
disfrazaba como si fuese alguien mejor, alguien con unos cuantos kilómetros más
arriba, con el sueño de ser un paracaidista que no cayera nunca, con la idea de
que el salto fuera la única constante. Al final, los dedos se le quedaron
congelados de tanto sentir y pensó que era mejor romper un cachito de cualquier
parte.
martes, 16 de octubre de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)