La madurez de la gata con botas sólo se puede apreciar desde lejos, entornando la cabeza hacia la izquierda y cerrando al máximo los párpados.
Su mirada te penetra y te enmudece el corazón, ruina en el balcón de tus pensamientos más oscuros.
Y únicamente cuando te crees dormido escuchas su ronroneo en tu almohada.
Olisquea sagaz tus mentiras y baila astuta entre tus piernas.
Su mirada te penetra y te enmudece el corazón, ruina en el balcón de tus pensamientos más oscuros.
Y únicamente cuando te crees dormido escuchas su ronroneo en tu almohada.
Olisquea sagaz tus mentiras y baila astuta entre tus piernas.
Miauuuuu, maúlla la gata.
Qué gorda estás de gatitos voraces, mininos retozones y atestados de quimeras. Cuando salgan de tu vientre, felina desdichada, les lamerás las heridas y sorberán tu leche, a cambio de nada. ¿A cambio de amor? A cambio de nada.
Romperá a llorar la razón y se carcajeará el sinsentido, porque hace tiempo que los tejados están llenos de gatitos crápulas y manilargos, que te roban el sueño y te rasgan el goce de la despreocupación.
Pobre animalucha tan coloreada de pasado, tan a expensas de apariencia.
Y en las noches más oscuras chilla, araña al perro y recuerda al gato, cría cansada.