Pamplinas de una vida

jueves, 27 de noviembre de 2014

Madrid

Dicen que estoy lleno de mierda, de contaminación acústica y que no tengo mar. Pero juro por Barcelona, a la que amaré siempre, que hay una chica que viene cada seis meses a respirarme. Llega desde Torrejón hasta la estación de Atocha y cuando pisa el andén no puede parar de sonreír. Tenemos una relación a distancia, ella mantiene una seria ahora con Londres, pero yo sé que está enamorada de mí y que volverá dentro de seis meses. Le gusta empezar subiéndome desde Atocha hasta el Retiro, por la cuesta de Moyano. Me hace cosquillas cuando acaricia los libros de los puestos y decide comprar el más desgastado de todos para llevárselo a Londres (me imagino la cara de Londres viendo mis recuerdos y no puedo evitar sonreír de punta a punta). Después se tumba encima de mí, en el Retiro, y yo juego con el viento para llevarle la música del saxofonista que toca en el lago del Palacio de Cristal. Y le pregunto, por qué me has dejado, por ese tan desgastado, tan gris, tan negro. Seguro que lloras más con él, que estás más triste, que no le entiendes. Seguro que no eres tan feliz como aquí, conmigo. Pero ella nunca responde, ella sólo me dice que me echa de menos, y que estar con Londres le hace pensar en mí como un paraíso al que volver cada seis meses, como si estuviese escondido aunque todo el mundo me conozca, como si me convirtiese en un pueblerino del que nadie habla. Y entonces discutimos, porque no entiendo qué hay de malo en ser la capital, y ella me dice que sus amigos de Inglaterra prefieren hablar de Barcelona, más abierta, más liberal, menos encerrada. Me entra una claustrofobia horrible cuando comienza con ese discurso, me siento el lugar más detestado, por ella, que antes era de aquí, de mí, y en unos meses se ha olvidado, me ha olvidado. Ya no se acuerda de cómo se corría mirando desde el Templo de Debod las puestas de sol. Es que ese templo es Egipcio, no eres tú, me dice. Y yo le digo, no soy yo, éramos nosotros, los dos juntos contra el mundo. Y entonces me doy cuenta de que ella se ha convertido en el mundo y yo siempre seré esta ciudad. 


martes, 18 de noviembre de 2014

Entramos y salimos

Y entramos.
Entramos diciendo que no.
Que ya era tarde.
Que era pronto.
Demasiado tarde.
Pronto porque no salía el sol.
Quemándonos del frío.
No.
No.
No.
Nos sentimos libres.
Poco tiempo.
Pero libres.
Libres.
Y salimos.