Pamplinas de una vida

jueves, 19 de diciembre de 2013

Enteros

Diremos que fuimos parte del semi-exilio, de ese “no nos vamos, nos echan”. Y les contaremos a nuestros nietos que no podíamos volver a casa en Navidad porque eso significaría darse por vencidos, y nosotros jamás tiraremos la toalla. Les hablaremos de lo que significa huir de un país en el que el futuro no existe y al que te gustaría volver cada día. Porque “Spain is different” y ahora lo entendemos. Es diferente porque allí las familias se abrazan, se besan y se dicen te quiero. Es diferente porque la gente no tiene miedo a tocarse y no tienen miedo a hacer ruido (bendito ruido en los bares, en los trenes, en las colas del metro de Madrid). Es diferente porque después de todo, no tenemos tantos palos en el culo como creemos. Pero el complejo de inferioridad que nos ha dejado la historia, las mil fracciones de un sólo país y el aplastante muro que imponen a las nuevas generaciones a la hora de soñar con un futuro mejor, ha llenado Reino Unido de españoles, con carreras universitarias, post grados, másters y un sin fin de experiencias no remuneradas, que nos ganamos la vida sirviendo hamburguesas en las cadenas más detestables del mundo. Pero, aquí estamos, saliendo adelante, diciéndole a los que no nos apoyaron que siempre estaremos dispuestos a cambiar por seguir soñando. Cambiaremos de casa, de piso compartido a piso recompartido, de ciudad a pueblo y de pueblo al mundo entero. Y cuando volvamos a casa, ya nunca seremos los mismos, pero seremos nosotros, enteros. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Su cama

Se pasaba la vida durmiendo, en todas partes, menos en su cama. Y sin darse cuenta convirtió su cama en un sitio frío, en el que guardar las cartas que le llegaban desde España y en el cesto de la ropa sucia.
Era la única manera de tener una escusa para no volver, para decir, mañana recojo y mañana duermo, duermo aquí.
A medida que el frío se hizo más fuerte, descubrió que el problema no era la cama, ni las carta, ni la ropa sucia. Era el pijama.
Se lo quitó, despacio, mirándose la piel, tocándose las heridas de los últimos meses. Y se dio cuenta del calor que desprendían las sábanas, la tinta y los olores de su nueva vida.