Cuando
faltan los detalles alguien se siente más muerto. No más triste, ni más
infeliz. No siente más dolor, ni pena. Hay una parte que deja de esperar. Y no
se siente distinto, ni especial. Empieza a valorar otras cosas. Le empieza a
gustar ir al lado de la ventana del tren, correr al primer vagón, llegar a
Atocha tres veces al día, mirar los relojes de la estación, pensar en tomarse
un café en el restaurante que hay encima de las tortugas, llegar a casa, llegar
muchas veces a casa en un mismo día, sonreír cuando le apetece y en fin, todos esos pequeños detalles.