Pamplinas de una vida

sábado, 3 de noviembre de 2012

Entretiempo



Un año frágil, no vacío, pero frágil. De esos en los que llega noviembre y te preguntas que has estado haciendo estos últimos meses de invierno, de primavera, de verano, de otoño, de invierno. Aunque en el fondo estás tranquilo porque sabes que ahora ya no hay estaciones, que con el cambio climático no sabes muy bien si alguna vez pasaste por el verano o si has llevado una chaqueta de entretiempo. Y no para de llover. Llueve para recordarte que al menos ya no es agosto, porque no llueve como en los meses de verano, con esas tormentas que hacen salir a los niños corriendo de los soportales. Y los adultos, mientras se quedan escondidos, para que ni una sola gota les roce, por si al día siguiente están demasiados enfermos que tengan que quedarse en su casa. Mejor mantenerse vivo, dicen. Cada vez más frágiles, con los brazos menos abiertos y esas ganas de llorar para mojarse debajo del paraguas. Encerrados entre los muros de las estaciones que no llegan, de los trenes que no paran, de los andenes que no pisan. Ese noviembre que les impulsa a mirar las vías, sabiendo que jamás se les cayó nada que recoger, porque nunca se acercaron por si acaso. ¿Por si acaso qué? Vas a caerte, te van a empujar, algo va a caerse, vas a perder tus zapatos, la fuerza del tren puede arrastrarte, van a golpearte desde una ventana… Por si acaso miedo. Mejor quedarse en casa, mejor un año frágil, no vacío, pero frágil.