A veces
es difícil volver, pensar “tenías razón, soy una reaccionaria”. Ocho meses de
abandono, de búsqueda, de caminatas a las nueve menos cinco por el suelo
empedrado de Recoletos. Quizás han sido menos, pero ya da igual. Porque un día
te das cuenta de que la rutina es mentira, de que la librería está vacía porque
has preferido comprar una televisión de pantalla plana con doble “surraund” (o
como quiera que se diga) y todas las páginas que te has perdido tienes que
volver a reescribirlas.
- Reescribir.
- Cómo
cuesta reescribir.
Pero no
puedes permitirte comer en sitios que hablen de arte, con paredes llenas de
vida, con gente que escribe al lado de las ventanas y con hombres que pasan
vendiendo poesía mal pagada, mientras llevas meses sin escribir. Meses y meses…
- No
importa.
- Reescribir.
Habrá
sido el olor a palomitas que no existen en el cine Doré, la barbilla
interminable convertida en trenza del camarero o los hombres trapicheando al
lado de la taquilla. Habrá sido Manuel de Cos que me ha despertado. Tenía los
ojos tan cerrados que me ha costado meses quitarme las legañas. No se trata de
abrirlos y mirar con los cristales empañados, se trata de separarlos de la piel
y empezar a ver, con las venas rojas y las pupilas dilatadas.