Pamplinas de una vida

domingo, 30 de diciembre de 2012

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Se nos acaba



Se nos acaba: el café, la leche, los huevos fritos con jamón, la meloja…

26 de diciembre y no queda café. ¿No queda? Si nunca llegaste a comprar. Me dijiste que no lo hiciera. Es porque cada vez que tomas café se te abalanza el corazón a esos días que hacen las cosas sin pensar, y al día siguiente abres las ventanas y lanzas los sobres que quedan. Si no fuesen en sobres me lo bebería todo… Entonces tendrías que aprender a cerrar las persianas. Las persianas se bajan, no se cierran. Hay unas que se cierran, automáticas dicen. Pero yo nunca he usado nada automático, por si se va la luz. Si se va la luz ya volverá. A lo mejor no, a lo mejor tenemos que usar velas toda la vida. Pues no tenemos velas… ¡Anda ya! Alguna habrá, de algún cumpleaños, de alguna fiesta, de algún… No, no tenemos. ¿Café? Café sí, pero sube la ventana. 

26 de diciembre y no queda leche. ¿No queda? Si nunca llegaste a comprar. Me dijiste que no lo hiciera. Es porque cada vez que tomas leche se te revuelven las tripas y tienes miedo. ¿Miedo? Nunca lo tuve. Entonces sabes mentir muy bien. No te he mentido nunca. Aún con los vómitos a las cinco de la mañana. Siempre recuerdas todo lo que sucede a las tantas de la madrugada, nunca te acuerdas de lo que pasa a plena luz del sol. Porque eso no tiene importancia. Pero es lo más significativo. ¿El qué? Olvídalo. ¿Sabes lo que es realmente trascendental? ¿El qué? Los litros de leche que te tomas cuando no puedes dormir, el frío que sale de la nevera, que es menos frío porque llevas el pijama, volver a la cama un poco más dormido y un poco menos cansado. ¿Menos? Más, más lleno de leche.

 26 de diciembre y no quedan huevos fritos con jamón. ¿No quedan? Si nunca llegaste a comprar. Me dijiste que no lo hiciera. Es porque cada vez que tomas huevos fritos con jamón necesitas más saliva de la que puedo darte. Se llaman besos, de los que ya no quedan. Llamémoslo una llamada de atención constante. Diría que es una súplica más bien. ¿De qué? Tanta literalidad me está consumiendo… Pero si siempre hablas con metáforas joder. Vaya, por fin hablas claro, hace falta que falten huevos para que lo hagas. Con jamón. ¿Y qué más dará ahora el jamón? Los huevos solos no me gustan. ¿Y eso qué importa? Importa, importa y mucho. ¿Y quién es el jamón? Nadie, no estoy simbolizando, ni haciendo paralelismos, ni nada, me gustan los huevos fritos con jamón, eso es todo. 

26 de diciembre y no queda meloja. ¿No queda? Si nunca llegaste a comprar. Me dijiste que no lo hiciera. Es porque cada vez que tomas meloja se nos acaba el año… 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un poco más


Son las entrañas llenándose de sangre.
Hacen una presión horrible, insoportable. 
Y lo peor no es eso, lo peor es que no cagas.
Pones una canción que recomendaron en la radio y notas como el cuerpo se revuelve, te das cuenta de que la tristeza que llevas arrastrando unos días no es sólo tuya, que alguien con un vinilo en el fin del mundo también la sintió alguna vez. 
¿Cómo será ese tipo?
Un poco más cayado,
un poco más cansado,
un poco más mayor, 
un poco más cerca, 
un poco más…   
Aunque juntar dos entrañas iguales debe crear discos de esos que se escuchan durante la resaca de fin de año…  
¿No...?

 

martes, 11 de diciembre de 2012

El fin del mundo



Unos los llaman “A Vida o Suerte”, otros “el fin del mundo está cerca”, otros “espero que me toque la lotería”. Pero como hablar de todo es quedarnos sin los frágiles detalles del vivir, diré que la palabra es esperanza. 

Esperanza de que los gusanos no se hayan comido las castañas del año que viene, de que por mucho que las asemos las podridas siempre sabrán más a quemado, de que no se estropee la sartén al hacerlas y de que el mango sea largo para poder cogerlo. 

Esperanza, pero no la de ahora, esperanza la de Lorca, la de los verdes prados y los caballos que relinchan a kilómetros de distancia. 

Diré que esa es la palabra que despide el año. Aunque todavía queden unos días, todos sabemos que ya ha acabado. Que “hasta aquí hemos podido llegar” los españolitos, entre mierda y escombros que no paran de acumularse.  

Pero a mí me gusta creer que existe la navidad para que el adiós no sea tan amargo, para que entre tanto turrón y champán podamos olvidar lo mal que estamos y nos llevemos al próximo año las ganas de vivir. Unas esperanzas rotas, pero esperanzas. Un ojalá algo bueno pasara en este mundo nuestro, algo que diera un giro a las conciencias de unos pocos y nos hiciera bien a todos. 

Unos los llaman el fin del mundo, pero no es eso lo que predijeron los mayas.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Entretiempo



Un año frágil, no vacío, pero frágil. De esos en los que llega noviembre y te preguntas que has estado haciendo estos últimos meses de invierno, de primavera, de verano, de otoño, de invierno. Aunque en el fondo estás tranquilo porque sabes que ahora ya no hay estaciones, que con el cambio climático no sabes muy bien si alguna vez pasaste por el verano o si has llevado una chaqueta de entretiempo. Y no para de llover. Llueve para recordarte que al menos ya no es agosto, porque no llueve como en los meses de verano, con esas tormentas que hacen salir a los niños corriendo de los soportales. Y los adultos, mientras se quedan escondidos, para que ni una sola gota les roce, por si al día siguiente están demasiados enfermos que tengan que quedarse en su casa. Mejor mantenerse vivo, dicen. Cada vez más frágiles, con los brazos menos abiertos y esas ganas de llorar para mojarse debajo del paraguas. Encerrados entre los muros de las estaciones que no llegan, de los trenes que no paran, de los andenes que no pisan. Ese noviembre que les impulsa a mirar las vías, sabiendo que jamás se les cayó nada que recoger, porque nunca se acercaron por si acaso. ¿Por si acaso qué? Vas a caerte, te van a empujar, algo va a caerse, vas a perder tus zapatos, la fuerza del tren puede arrastrarte, van a golpearte desde una ventana… Por si acaso miedo. Mejor quedarse en casa, mejor un año frágil, no vacío, pero frágil.

martes, 16 de octubre de 2012

6 de septiembre de 1943



Rompió un cachito de lo que era para poder ser una marcha de 20 kilómetros por hora en mitad de la oscuridad. Tuvo mil maestros, pero ninguno que le hiciera vaciar la cantimplora cuando era la hora de beber. Ninguno le hizo recorrer caminos que no llevaban a ninguna parte, ni tirarse desde el final del cielo. Sin miedo. Se disfrazaba como si fuese alguien mejor, alguien con unos cuantos kilómetros más arriba, con el sueño de ser un paracaidista que no cayera nunca, con la idea de que el salto fuera la única constante. Al final, los dedos se le quedaron congelados de tanto sentir y pensó que era mejor romper un cachito de cualquier parte.