Unos
los llaman “A Vida o Suerte”, otros “el fin del mundo está cerca”, otros “espero
que me toque la lotería”. Pero como hablar de todo es quedarnos sin los
frágiles detalles del vivir, diré que la palabra es esperanza.
Esperanza
de que los gusanos no se hayan comido las castañas del año que viene, de que
por mucho que las asemos las podridas siempre sabrán más a quemado, de que no
se estropee la sartén al hacerlas y de que el mango sea largo para poder cogerlo.
Esperanza,
pero no la de ahora, esperanza la de Lorca, la de los verdes prados y los
caballos que relinchan a kilómetros de distancia.
Diré
que esa es la palabra que despide el año. Aunque todavía queden unos días,
todos sabemos que ya ha acabado. Que “hasta aquí hemos podido llegar” los
españolitos, entre mierda y escombros que no paran de acumularse.
Pero a
mí me gusta creer que existe la navidad para que el adiós no sea tan amargo,
para que entre tanto turrón y champán podamos olvidar lo mal que estamos y nos
llevemos al próximo año las ganas de vivir. Unas esperanzas rotas, pero
esperanzas. Un ojalá algo bueno pasara en este mundo nuestro, algo que diera un
giro a las conciencias de unos pocos y nos hiciera bien a todos.
Unos
los llaman el fin del mundo, pero no es eso lo que predijeron los mayas.
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