Pamplinas de una vida

domingo, 13 de junio de 2010

Feria del Libro de Madrid 2010

Fin de la Feria del Libro de Madrid. Este año he ido tres veces, parecidas y diferentes, a lo mismo y a otra cosa, por el Retiro y sin un retiro.

El primer día voy contigo, con tus manos y con tu paciencia infinita. Cumplir los 20 entre casetas llenas de libros ha sido un maravilloso regalo.

Nos paramos a chupar helados derretidos antes de salir del frigorífico y vemos a la Infanta Elena, sentada, tomando un refresco, y me pregunto, ¿por qué ella es fruto de miradas sorprendidas y el solitario autor de la caseta de enfrente se siente tan solo? La cultura se confunde con el espectáculo de una hija de reyes y los escritores se resignan a esperar a un extraviado lector que huye de la masa amaestrada.

Y siento miedo cuando veo a Javier Marías tan joven, tan normal, tan…persona. Y otra vez me pregunto, ¿tanta rabia te ha dado la vida señor Marías? Me encanta leer sus artículos cada domingo, tan alejados de mi generación de conformistas con el puré sobre la mesa. Siempre, siempre, siempre de acuerdo con lo que escribe, con lo que piensa y con lo que no cavila. Encerraba en mi cabeza su figura como un señor canoso, debilucho, con descuidadas barbas y camisas enfermizas, y resultó ser “de lo más normal”.

Señor Punset, le miro y me dan ganas de pedirle que me hable durante horas sin pausa. Veo su sonrisa y pienso en lo diferente que será su felicidad de la mía. ¿Cómo sonríen los sabios? Y una fila inmensa se acumula en su caseta, “gracias a Dios” que hay gente que pierde minutos no sólo en la cola del autobús de las siete y media. Quiero pedirle una dedicación para mi madre, pero me conformo con una fotografía, ya sabe estimado Punset, la era digital me parió.

Pregunto por casetas con libros de arte dramático. Resultado: dos. Me indigno, veo casetas con temáticas únicas que carecen de pensamiento y de reflexión, sólo puedo pensar “la feria de los bet sellers y friquilandia”. Cuando consigo llegar a una de las casetas dramáticas resulta tener una esmirriada estantería, pero con libros que desprenden luz, como el que me compro del director teatral Tadeusz Kantor.

Aquel primer día, como despedida, descubrí un cuento maravilloso. O más bien el cuento me descubrió a mí. “El árbol rojo” de Shaun Tan. No quiero describirlo con mis palabras, sólo lo define la experiencia de poder disfrutarlo.

El segundo día volví para pasear por el Retiro, para estar en el Madrid deseable, el que me ata irremediablemente. Vayamos a la feria del libro, para respirar con los árboles, para caminar entre el olor de los lectores verdaderos, para rozar las páginas con nuestras ganas de sonreír. Llevémonos a casa guías de viajes ilusorios y calcetines salvajes. Vamos a bajar por Moyano, la cuesta de los libros que no mienten, desgastados por el tiempo y acariciados por mi estantería. Jóvenes vestidos de Tommy y Lacoste bajan la empinada cuesta con sus patinetes, para desafiar a sus rodillas (su “revolución callejera” me hace reír y preguntarme ¿qué pensaría mi abuelo de estos “rebeldes”?).

Tercer día, mamá. Porque lo prometido es deuda y yo estaré siempre en deuda contigo. Llueve, hace frío, no llevo pañuelo, ni chubasquero y vamos las dos con paraguas rotos, pero no importa. Nos metemos entre el gentío, apartamos a la gente a paraguazo limpio y nos reímos del día tan “soleado” que hemos elegido para estar juntas.

Primer encuentro con Benjamin Prado, el poeta me deja con ganas de dibujarle. Tiene cara de escritor feliz, su nariz es tan caricaturesca que me magnetiza y su sonrisa me hace sentir las canciones de Sabina. Se dispone a dedicarnos Romper una canción y dibuja a su amigo Joaquín con tanto gozo que me pregunto ¿alguna vez dibujaré yo a alguien con ese cariño? Sin duda la visita a esta caseta hace iniciar una mañana que se distancia de lo lluvioso.

Encontramos libros de poetas clásicos y uno resulta haber sido publicado la fecha de mi cumpleaños. “Te lo regalo”. Por fin celebramos que hace 20 años fuiste madre, tuviste que ver a esa fea y enana bebé y quererla, acariciar una cabina de cristal los primeros días, para que dos décadas más tarde pudieras disfrutar de mis absurdas, pero sabrosas, críticas a la cultura de la que tanto me queda por aprender.

Estimado Manuel Rivas, deje de mirar con esos ojos tan azules y seductores a mi madre, mientras realiza la mejor dedicatoria de la historia de la Feria.

Fin de la Feria del Libro de Madrid, y yo…más feliz que un plátano.

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