Pamplinas de una vida

miércoles, 10 de marzo de 2010

Puntas de zapato

Hace algunos años Jimena caminaba sola. Pasaba el día entre personas vacías y deshechas por el tiempo. Solía sentarse frente al reloj de la cocina para escuchar la campanilla que daba la una en punto. ¿Aburrida? No, más bien apagada como la farola de Atocha, esa que rompieron hace años unos pobres borrachos del andén número cuatro.

Pero un día, Jimena descubrió el columpio más grande del mundo. Podía balancearse hasta alcanzar un planeta inexistente, aprendió a acariciar las partículas del viento, encontró la fórmula exacta para detener el tiempo, dibujó sus sueños con la punta del zapato y miró su casa desde otra galaxia.
Cada tarde era un regalo sin precio. (O un billete de quinientos sin dueño).

Con el paso de los años la pequeña niña ya no era tan niña y, aunque el columpio seguía siendo “el columpio más grande del mundo”, ya no había tiempo para esas infantiles tonterías.

No voy a criticar a Jimena, ella sólo existe en mis palabras, pero debo decir que a veces me repugna la actitud “madura” de mis personajes.

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