Darse
cuenta. Y crear un agujero en el que almacenar la mierda. Negro y largo.
Larguísimo. Y de repente las palabras sólo salen a trozos y lo que pensabas que
eras, era mentira. Te das media vuelta, chocas con todo lo que has ido
guardando durante meses y lo conviertes en, en, en, en, en, ¡en! ¿No lo ves?
No, nunca viste nada. Ni siquiera sirvieron los mil días esperando a que
contases al menos una milésima parte de tus viajes de septiembre hasta a la
luna. ¿Qué más da?, pensarás, después de todo lo que hemos pasado ¿qué puede
hacernos daño a estas alturas? A mí nada, desde luego. Nada tuyo, digo, nada
nuestro, nada que cuestione ni un ladrillo, ni una mesa plegable, ni unos
zapateros. Es que escucho cosas, ¿sabes? Me pongo frente a la ventana y escucho
el aire. No veas como duele escuchar el aire frío que llega desde Rusia, que a
mí crea unas flemas verdes y horribles y sin embargo parece que a ti te invita
a cambiar. Lo peor no es que cambies, lo peor es saber por qué, por qué de
repente, después de tantos años, tienes tanta curiosidad por, por, por, por,
¡por! Sólo digo que es raro, haz lo que quieras, que yo sigo aquí, llenando
agujeros (también hay otros que no son negros, por si has pensado que sólo me
gustan los malos recuerdos). En fin, supongo que debería parar, dejar de decir
tonterías sin sentido: que si quiero ser médica, que si me gustaría que fuésemos
a vivir a la India, que si dejamos de pagar la hipoteca, que si nos compramos
un cocodrilo para el wáter, que si volvemos a 2004, que si, que si, que si,
¡qué sí!
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Los cocodrilos están para quererlos, a cualquier altura : )
ResponderEliminarA Rusia hay que ir en verano...
Y las ventanas hay que cerrarlas a veces
(supongo).
(abrazo)